Críticas

A los quince o dieciséis años Picasso hizo su mejor cuadro figurativo: Ciencia y Caridad.

Mucho más tarde, al culminar su trayectoria artística, pintaba rayas, trazos, colores, puntos y líneas que no eran sólo eso, porque contenían todo lo que en anteriores épocas había necesitado decir de forma menos abstracta.

Aún no sabemos si José Ramón Vaca ha completado su trayectoria artística, el cursus honorum de su pintura, pero el ejemplo de Picasso vale para él y para cualquier artista serio de la forma y el color.

Nadie que no sepa pintar de entrada un desnudo, un atardecer, una botella, podrá extraer jamás los vectores dominantes, la espina dorsal de los objetos. El pretendido pintor que dice iniciarse por la abstracción quiere tomar un atajo antes de conocer el camino. Y eso no sirve ni en la ciencia, ni en el arte…, ni en casi nada.

El pintor se inicia, como todos, copiando, reflejando con su código-aún sin formar-el mundo que lo rodea.

Si es medianamente pintor va plasmando cada vez más jirones de sí mismo sobre el retazo de universo que aparece en sus cuadros. Va tomando más del mundo, que dentro de sí mismo evoluciona de forma independiente, y cuando vuelve a ser pintado ya es lo que el pintor vio más lo que pensó y trabajó sobre la materia dada.

Y culmina expresando por completo su mundo interior, superada esa necesaria prueba del nueve del arte figurativo.

Hay ciertamente pintores que se encuentran a gusto en esa figuración. No la agotan o no les agota.

No es el caso de José Ramón Vaca, y nada más útil que una exposición antológica para estudiar de primera mano la evolución de su arte.

José Ramón Vaca ha ido fagocitando visualmente el latir de todo lo que pintó en estos años, sus cuadros primeros, sus luces tenues, que se indefinían, sus homenajes a las ruinas, a los lugares sin glamour, esos sitios cuyo primor está más en los ojos del artista que en los del viandante. Sitios y objetos que no sabríamos que son bellos, que poseen elegancia si el pintor no supiera arrancarla y mostrarla luego como un galardón estético.

Y mientras, sin decírnoslo, el pintor ha ido quedándose con lo que más le ha convenido, lo que más fue subyugando de cuanto pasó por su retina.

Por eso nos dice cosas su actual abanico/torbellino de negros, ocres, amarronados, óxidos purpúreos y sombras de sombras en su pintura: porque es, en este caso, puro color latiendo en carne viva desde formas que fueron, desde líneas donde el mundo visto por el artista se fue interiorizando hasta que el autor lo vertió de nuevo en sus lienzos hecho masa cromática, golpe tonal, puñetazo de pincel, esencia última trabajadísima de casas, ríos, ruinas, objetos, frutas y atardeceres, desde aguas quietas y nubes apenas perfiladas hasta haber llegado hoy a lugares donde la línea no importa, donde la lucha del color contra sí mismo lo es todo.

Un lugar que está dentro del pintor, y que sólo el trabajo concienzudo y la voluntad de conocer y de conocerse le ha permitido mostrarnos.

Francisco Núñez Roldán
José Ramón Vaca.
<< TRÁNSITO DE AUSENCIAS 1970 – 2006 >>
Sala de Exposiciones Caja Sur – Gran Capitán.
CÓRDOBA – Mayo de 2006.

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Buscar el sentido de la vida, adentrarse en el corazón de las cosas, hallar nuestro lugar en el mundo, no es tarea fácil. Los hay que lo hacen a través del amor, otros por medio de palabras. Existen quienes moldean barro con sus manos en busca del boceto deseado.

José Ramón Vaca se enfrenta al lienzo en blanco con esa primera inocencia de quien olvida anteriores batallas. Cada intento es un reto donde debe adentrarse en los misterios de la luz. Desnudo y solo frente al tiempo y el espacio van saliendo las respuestas a veces luminosas, otras veces agónicas, donde cada encuentro es un poco de uno mismo, un paso más hacia la única luz que da sentido a la existencia. Oculto en tierras de penumbras el artista origina las rosas del alba, los ocres del barro en el estuario de ese lienzo que le llama y que es la vida. La firmeza de cada pincelada, la seguridad en el uso y el descubrimiento del color desvelan al artista en su intento frenético y solitario. Parece que la luz esté oculta tras los cielos de Vaca y pugne con las nubes imprimiendo matices rosáceos que presienten sangre, apenas iluminando los barrancos oscuros de la tierra donde todo es espera. Agazapado en la sombra, José Ramón apunta a una luz que le atrae y rechaza al mismo tiempo. En este desamor, en tierra de nadie, el artista nos deja la nostalgia.

Antonio de Vicente
25 de marzo 2003.

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Pasado el último segundo del último año de la Nada, en el cero de la creación, Yahvéh-Dios-Alá, milagreando bastante, hizo todo nuestro planeta azul, incluido el hombre y su varona, en sólo seis días. Al séptimo, que era domingo, descansó muchísimo.

Siglos después, enfadado Yavéh-Dios con los malos hombres, les mandó el Diluvio que terminó con la pertinaz sequía y todo bicho viviente que no estuviese en el Arca. Se cree que fue entonces cuando desaparecieron los dinosaurios.
En el siglo XX de nuestra era cristiana, nuevamente desilusionado Yahvéh con muchos hombres que le habían salido ranas -posiblemente por culpa del Diluvio-, decidió hacer otro hombre, pero esta vez excepcional, no hecho a su imagen y semejanza.

En vez de tomar barro, como entonces, cogió carne de Ángel, pelos de muy hombre para la barba, inteligencia, bondad, sensibilidad, ternura, habilidad manual, testoesterona, sentido de la amistad, sed de vino, amor, otra migita más de testoesterona -que parece ser que se pasó un poco con esta hormona en la receta, y, aunque al principio le salió un señor parecido a Honoré de Balzac, en el último toque maestro lo clavó y surgió José Ramón Vaca.

En vez de situarlo entre Tigris y Eúfrates lo puso en Sevilla con un pincel en la mano.

Y fue entonces cuando Yahvéh-Dios-Alá, sacudiéndose las manos, dijo con orgullo: «Ahí queda ese pedazo de Pintor»

Juan de Aizpuru
El MARCO.
Sevilla,  1993.

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Restos de amor

Ya no crecen al sol
erguidos como lanzas,
los alegres juncos, en
las orillas del Río Grande.
Derribados los cañaverales
donde la joven primavera
cimbreaba el viento
sus cinturas. Y …
José Ramón Vaca en su
retina de azogues y argentos
atardeceres, ofrece lo que fué
y ya no existe.

El Conde de Casa-Padilla.
De Cuadernos de Roldán.

El MARCO.
Sevilla, 1993.

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José Ramón Vaca: Invitación a mirar

Es innegable el descrédito de la realidad visible en la plástica contemporánea. A principios de este siglo la fotografía alcanzó su mayoría de edad, aun cuando estaba entonces muy lejos de sus espléndidos desarrollos ulteriores; por otra parte, la teoría de la pintura tiene desde hace tiempo resueltos casi todos los problemas que plantea el acto de re-producir sobre un plano cualquier objeto tridimensional, y esta victoria teórica ha hecho que muchos pintores opten por eximirse de resolverlos en la práctica y prefieran, en cambio, explorar otras posibilidades de lo real. La fascinante explosión de “ismos” no-figurativos en los últimos nueve decenios ha ampliado muchísimo, a la par que estimulado, nuestra capacidad de ver.

Pero lo que se gana por un lado suele perderse por otro. Con el actual predominio de la pintura no-figurativa, me pregunto yo si no habremos perdido parte de la costumbre de mirar alrededor: operación ésta que, como bien señalaba Ortega hace más de setenta años, es mucho menos trivial que lo que de buenas a primeras puede parecer.

La visión es función del ojo; la mirada es algo más, bastante más, que la mera visión. Con mis ojos veo lo mismo – o casi lo mismo: es cuestión de “punto de vista”, físicamente hablando – que ve otro. Nunca podré mirar algo con la mirada de otro, porque en el mirar intervienen, además del ojo, la inteligencia y la afectividad: y éstas, por íntimamente personales, son en principio intransferibles. Para describir lo que todos podemos ver, hemos acuñado expresiones como “realidad visible” – es la que he empleado yo al principio de estas líneas -, “realidad objetiva” y otras semejantes; no sé que haya ninguna expresión standard que describa lo mirado por una persona, y, si la hay, no he sabido hallarla. Vemos cuanto se nos pone delante de los ojos: pero no miramos la totalidad de cuanto puede verse, sino solamente aquellas parcelas de la totalidad que de algún modo “nos apropiamos”, que de una manera u otra incorporamos a nosotros mismos. Amén de personal, la mirada es también selectiva.

José Ramón Vaca no es un ojo, es una mirada. El desafío que acepta Ramón no es el de reproducir lo que ha visto, sino el de presentarnos lo mirado por él, y esto de modo tal que podamos “mirarlo como él” hasta donde ello es posible.

Por mi parte, no sabría decir si llego a tanto; más arriba he apuntado qué dificultades extremas se oponen al empeño de mirar como otro. Pero frente a un cuadro de José Ramón vaca no veo, sino miro, lo que el pintor me propone que mire.

No creo exagerar si opino que en estas telas hay un mensaje directo a la sensibilidad del espectador. Allá se las compongan los críticos profesionales con las perspectivas, las texturas, la calidez o la frialdad de los colores y demás cuestiones técnicas. Cuando un cuadro figurativo la mar de explícito produce en quien lo contempla unas sensaciones e incluso unas emociones difícilmente traducibles con palabras, sabemos que el pintor ha alcanzado nuestras últimas fronteras: no solamente nos llega sino que nos llena, ahondando nuestra percepción allí donde otros pintores solamente la ensanchan. Ensanchar la percepción es ya una hazaña, y mayúscula; ahondarla – sobre todo a partir de “lo que todos podemos ver”, pero que el pintor ha mirado y expone (nunca mejor dicho) a nuestras miradas – se me antoja un logro más importante aún. Tengo para mí que éste es el fin más verdadero del arte: de todas las artes, con la poesía como principio y norma.

Antes he hablado de inteligencia y de afectividad en la mirada, como características que distinguen a aquélla de la mera visión. El caudal afectivo e intelectivo de José Ramón Vaca trasparece en su pintura; en todas sus telas se advierte con qué amor ha sido capturado cada uno de estos fragmentos de mundo, de su mundo, y con qué inteligencia nos son re-presentados. Y no me refiero a la clase de inteligencia que puede equivaler a un guiño de complicidad con el espectador. No: quiero decir que el pintor ha entendido a fondo el qué y el cómo de aquello que pinta, y por eso puede pintárnoslo así.

Si me diesen a escoger un solo cuadro de los aquí reunidos, en el primer momento creo que no sabría con cuál quedarme. En todos ellos hay la misma tranquila fuerza de la mirada que les dio nacimiento, y ni uno solo está por encima o por debajo de los demás en cuanto pintura, hasta donde a mí se me alcanza. Pero luego, sintiéndolo mejor, me parece intuir que cierta fachada – ¿trianera?- ha entrado ya en mí: ha pasado del mundo de José Ramón Vaca al mío, a lo que llevo ya para siempre en la memoria de mis retinas. Igual cosa me ocurre con ciertos poemas, de ciertos poetas a falta de los cuales sé que yo sería un poco menos yo.

José Ramón Vaca es joven, y cabe esperar que seguirá siéndolo indefinidamente. Trabaja mucho, me consta, y del esfuerzo en la búsqueda extrae la felicidad de sus hallazgos. Después de mucha criba, aquí está su labor más reciente. Me disculparán ustedes si pongo punto final a estas divagaciones en torno a un pintor y su pintura: pintura que me invita – como también les invita a ustedes, y de esto sí estoy seguro – a mirar. Mejor dicho: a mirarla. Y eso voy a hacer, una vez más, ahora mismo.

Juan José Folguerá
Sevilla, otoño de 1992.

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ARTE. En Durán
CÁLIDO TESTIMONIO DE JOSÉ RAMÓN VACA

José Ramón Vaca García (Sevilla, 1952) presenta en la galería Durán, 30 de la calle Serrano, su primera individual en Madrid. Su obra, realizada con notable dominio del oficio, recoge la realidad de un entorno urbano que, sin dejar de ser presente, ha quedado superado por la propia dinámica de los tiempos y empieza a ser documento del pasado inmediato. No se trata, como pudiera parecer a primera vista, de un costumbrista inclinado a la anécdota, al folklore o a retroceder más lo torcido, sino de un pintor social, testimonialista, que lleva sus inquietudes a captar la vitalidad del ayer que, con el pulso roto, entra en la antesala de la historia de los afanes humanos. Por eso son cuadros impregnados de melancolía que transmiten mensajes de situaciones todavía calientes en nuestros sentimientos, vanidad de vanidades, pero eslabones que desaparecen del horizonte actual para permanecer por los siglos de los siglos en la dimensión donde se acumula la memoria de siempre, y esa otra lección de que la sucesión es indispensable para proseguir el camino y seguir siendo.

Hay tesis para meditar ante las estampas de puertas y ventanas cerradas, de casas sin gentes con marcas de abandono y numeraciones desordenadas; ante edificios señalados por inmobiliarias o urbanizadores para derribos y de cuyos solares, cual ave fénix, se levantará la arquitectura de hierro, cemento y cristal que acogerá un mañana que tendrá ocaso para ser día siguiente; verjas carcomidas; vallas que se caen; el contraluz que deja pasar la luminosidad solar como si con ello testimoniase que la energía mantiene la chispa creadora. Y bodegones; paisajes donde la ausencia de la figura humana se llena con el aliento de quienes, como utilitarios, son protagonistas o antagonistas; siempre el hombre.

Estamos ante un artista que cursó sus estudios en las escuelas de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife y de Sevilla; un profesional de la comunicación plástica que ha realizado individuales en Huelva, Sevilla y Cáceres; que ha participado en diversas colectivas y concurrido a importantes certámenes, donde ha medido con eficacia técnica y dicción, consiguiendo diversos galardones. De él escribe Enrique Montenegro: <> Precisamente en la galería Durán, con 36 óleos, pueden contemplarse 10 dibujos de limpia ejecución.

José Pérez-Guerra
Cinco Días.
MADRID. 1985.

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Ramón Vaca (Sevilla, 1952) pertenece, en cierto modo, a la nueva Escuela Sevillana, que tantos nombres ha dado a la pintura realista e hiperrealista. De ellos tiene el oficio y, como algunos otros, ha elegido el camino del lirismo para envolver sus productos que, en ésta su exposición de la Galería Durán, comprende treinta y seis óleos (entre paisajes y bodegones), diez dibujos y un grabado. Tanto en los interiores como en las figuras y motivos urbanos, Ramón Vaca busca el espíritu que yace (oculto) en las cosas y las personas: el espíritu de los objetos inanimados, el sueño de la Naturaleza, la nostalgia de los niños, el misterio de las puertas y las ventanas cerradas, tras las que transcurre la existencia desconocida (y tal vez mediocre) de una familia. Ramón Vaca ha sido seleccionado en los dos últimos premios Blanco y Negro y Durán, precisamente por ese realismo lírico.

A. B. C. Madrid
Abril 1985.

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ARTE Y ARTISTAS. EL PINTOR SEVILLANO JOSÉ RAMÓN VACA.

Con la firma de sus cuadros, VACA nos ofrece una amplísima muestra de su prolífera producción. Y sin embargo, las características de su pintura, eminentemente hiperrealista le lleva, a pesar de tener muy estudiados sus cuadros, muchísimo tiempo y parece milagroso que en un ambiente de mínimos detalles y de estudios de una minuciosidad detalladísima, se pueda llegar a tanta calidad y cantidad.

Se nos presenta fácil la cosa ante un hombre de 31 años, con su barbita y todo como aquellos muchachos de primeros de siglo, que acudían a las academias llenos de ilusión, dispuestos a ser artistas.

Es un gran dibujante, con cuya habilidad nos presenta dibujos al grafito de una soltura y naturalidad que bien ponen de relieve sus fuertes bases, para llegar aún con su juventud a ocupar uno de los primeros puestos entre los pintores contemporáneos andaluces.

No he sido nunca aficionado a profetizar, pero en el caso presente me dan mucha base para hacerlo, por lo que me ratifico, y lo hago después de contemplar serenamente su cuadro de la virgen difunta el día de su primera comunión, conseguido en unas delicadas transparencias, sobre el tétrico fondo de los nichos del camposanto.

Del mismo estilo, más alegre y sin aire de fiesta, nos da también el regusto de un cuadro sin título en el que puede verse tras una red metálica, protegiendo un vano, una figura femenina, verdadero y acabado estudio que visto en conjunto, parece perderse sobre el fondo oscuro, casi negro.

Nos ha llamado la atención un contraluz, con menos detalles y repleto de la grandiosa y expresiva luminosidad, que no impide, a pesar del fuerte contraste, apreciar el total estudio de cuadro.

Una mezcla de sentido en el planteamiento, apreciamos en sus edificios en construcción, velados en su totalidad de fondo, con un camino insinuante y unos primeros fondos en los que pueden contarse las piedras y los restos de cosas en el abandono.

Sus cuadros pequeños tienen un contenido jugoso y el encanto de toda obra intimista, de esa que puede traerse a cualquier lugar de la casa, en la seguridad, de que llena un espacio, que nos ha de ser atractivo por su contenido elocuente y amable, porque está diciendo lo que es y nos deja en reposo la imaginación y los sentidos, en ese estado bonancible, que permite la entrega total a la verdad de la obra que se contempla Como siempre digo que es mejor ir allí, al Colegio de Médicos, porque es de mayor satisfacción la contemplación de la obra, que cuanto pueda decir yo, porque la ejecución limpia, delicada, plana como un hule, nos parece un espejo, donde se refleja un cachito de mundo.

Agustín Orozco Avellaneda
EXTREMADURA. 12 – V – 1983.
Sala del Ilustre Colegio Oficial de Médicos.
Pinturas y Dibujos. CÁCERES.

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REFLEXIÓN Y ANGUSTIA EN LA PINTURA DE J. RAMÓN VACA

<<… Entonces es por esto que me atrevo a asegurarte que mi pintura será cada vez mejor porque no tengo más que esto. >>Son palabras de Van Gogh, que J. Ramón Vaca recoge para presentar su obra en la sala de exposiciones del Colegio Oficial de Médicos de esta ciudad; expresión que simboliza y radiografía el estado anímico y artístico en que se encuentra este pintor nacido en Sevilla, todavía muy joven, de voz pausada, mirada dulce y opaca, de barba rizada y negra. Cita que señala y corrobora el esfuerzo doloroso con que intenta acercarse a creaciones maduras y definidas.

Su pintura, nada gestual, es queja amarga y desahogo íntimo, que cristaliza en espasmos desiguales que puedan propiciar a su sensibilidad ese remanso y sosiego necesarios para la plástica de toda obra conseguida y en sazón.

Pero ¿quién es J. Ramón Vaca? Ante todo nuestro pintor hispalense derrama en sus lienzos una buena dosis de fantasía como hijo de esa tierra caliente y mora que es Andalucía. Su arte hunde sus raíces en romanticismos ancestrales, que dedican monumentos a la tragedia, al amor y a la misma muerte. Y buceando en la textura íntima de su obra encontramos que inunda sus cuadros de honda melancolía y de tristeza; traspasa sus dibujos y acuarelas de patetismo; sublima la suciedad y la incuria en sus rincones mugrientos, y magnifica el desorden en sus bodegones.

Su paleta se estremece a veces con ramalazos de trascendencia mística; se adormece en ocasiones en un inquietante onirismo, y se refugia otras en ciertas actitudes dadaístas, que fabrica para el ridículo, la iconoclastia y la mofa de eso que no le gusta. Y todo esto le desasosiega, le inquieta y hasta le atormenta.

J. Ramón Vaca se aproxima al <<bodegón>> dándole dimensiones propias, porque se acerca a ellos sin deleite, sin ritos ni liturgia.

No encontramos en ellos la frescura, la ingenuidad, ni la cadencia de otros; ni la mitología de lo sencillo, ni la emoción de muchos.

Sólo hallamos, en sus cacharros, en esa <> que recuerda Karin Thomas, todo un cóctel de fragmentos de desecho cotidiano acumulados en sórdida dejadez, formando un montaje solitario y frío, en ese ambiente de oscuridad, en ese <> de que nos habla.

Dejando todo este prosaísmo, sus pinceles brincarán –Eugenio D´Ors- inesperadamente hacia la trascendencia y la fe en ese cuadro que es para nosotros lo mejor de su cuelga, donde una niña en traje de <> ha volado al cielo.

Su cara, nublada de infinita tristeza, es todo un poema de dolor, al mismo tiempo que aletea un profundo espíritu cristiano, que renuncia a la protesta y a todo un océano de llanto. La transparencia de su albo vestido servirá de hermoso contrapunto al ambiente espectral de ese cortejo fúnebre de nueve nichos que enmarcan su figura.

Al soñar, su fantasía siempre rica y caudalosa nos dará esperpénticas Celestinas, brujas grotescas y alucinadas, que son claro producto de una sublimación –como el mismo pintor nos confesó- de sus sueños, como una fuerza creadora de su subconsciente.

Y termino. Este es el rápido viaje por la muestra de este pintor meridional. Aplaudimos su trabajo en líneas generales, pero le sugerimos también que acabe por romper las mallas que le enredan para saltar con decisión hacia estadios de más aliento y vigor. Lo andado hasta ahora es buena plataforma para la empresa que pueda hacer realidad las palabras de Van Gogh apuntadas al principio de esta crítica y que Ortega en su centenario de algún modo nos vuelve a recordar: <> con todo lo que esto conlleva de perfeccionamiento, exigencia y tesón.

Manuel Vaz Romero
Hoy, Diario regional,  – 12 – V – 1983.
CÁCERES.

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R. VACA nos habla de colores opacos y un expresionismo idealizado.
Es más, el expresionismo constante de su trayectoria, salvo en los dibujos, parece alimentarse de dramáticas situaciones.
Lo que no cabe la menor duda es que nos encontramos ante un pintor de magníficas cualidades empeñado en la composición equilibrada. Si interesantes son sus óleos, también lo son sus dibujos y grabados, cuya precisión caligráfica nos dice de absoluto dominio.

Interesante pintor en suma, cuya expresión queda reflejado en su autopresentación del catálogo: << En los angustiosos instantes, en que se percibe la imposibilidad de remontar la corriente, la lluvia huidiza se deja notar, resbalar caprichosamente, formando surcos sobre la epidermis, sostengo la mirada en ese vacío cercano…>>

Enrique Montenegro
Odiel, 14 – 3 – 1978.
Galería de la Caja de Ahorros de Huelva.
Dibujos, Pinturas y Grabados. HUELVA.

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AUTOPRESENTACIÓN

En los angustiosos instantes, en que se percibe la imposibilidad de remontar la corriente, la lluvia huidiza, se deja notar, resbalar caprichosamente, formando surcos sobre la epidermis, sostengo la mirada en ese vacío cercano, retorno mudamente, a lo que hay en mi de realidad y, froto mis mejillas, froto mi piel, froto ese trozo de carne, y ahí siento el dolor de lo que ya no puede cambiar, pretérito, que se clava en el cielo de lo acontecido, desesperanza del hoy incierto, el mañana aún lo espero asomado al espejo de aquello y, sin embargo, aún puedo decir y compartir “sensaciones” que no obstante son cada vez más fingidas menos autenticas, y el polvo de los recuerdos se amontonan en el polvo pegajoso de la ciudad, mil cláxones tocan retirada de mil fracasos…

José Ramón Vaca
Galería de la Caja de Ahorros de Huelva.
Dibujos, Pinturas y Grabados. HUELVA. 1978.

 

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